En un solo día, España ha perdido 24 reyes. Uno, Juan Carlos I, que
dejaba paso a Felipe VI este mismo jueves. Y los otros 23, los de la
selección española, que abandonan el Mundial de Brasil, de forma
merecida, y pidiendo también una inyección de energías renovadas. Ya sea
en forma de jugadores nuevos, que seguramente lo necesite, como también
de retos ilusionantes. Tenían enfrente un Mundial en el país del
fútbol, Brasil, este miércoles en un estadio histórico como Maracaná
además, y sin embargo las ganas apenas les valieron para concurrir a la
competición durante sesenta minutos en dos partidos. Cuarenta y cinco
ante Holanda, y apenas quince ante Chile. Lo que, irremediablemente, ha dado con La Roja como primera eliminada del país sudamericano.
Es momento ahora de encajar las críticas y analizar qué ha fallado en este campeonato. Volver a ganar un Mundial era sabido que estaría difícil, nunca nadie había ganado antes cuatro trofeos continentales de hecho, y la afición estaba dispuesta a asumirlo con orgullo. Pero una cuestión es no ganar un Mundial, y otra radicalmente distinta es hacer el ridículo. Flaco favor le haría a esta selección regodearse en los éxitos pasados, o justificarse con banalidades como el cansancio, la mala suerte o vaya usted a saber qué. El respeto eterno por los títulos de los últimos años no es incompatible con la crítica por lo vivido en el Mundial de Brasil. Y se merecen todas las críticas. No hay selección que haya jugado peor que la española. Ninguna. Iker Casillas pedía perdón al país, como capitán que es, sabedor de que no habían respondido a las ilusiones depositadas en ellos. Llegaban como campeones, y dimitieron treinta minutos antes del pitido final, tanto ante Holanda como ante Chile. Bochornoso. Porque la derrota se puede perdonar, pero nunca la rendición. Y España se rindió en Brasil. No le quitaron la corona, sino que directamente abdicó.
Habrá sido el último Mundial para bastantes futbolistas de los que acudieron a Brasil. Si alguno se lo estaba pensando, esta actuación seguramente terminará por hacerles decidirse. Xavi Hernández lo sabía seguro antes de coger el avión, pero Iker Casillas –uno de los peores, dejando acciones muy preocupantes-, Fernando Torres o David Villa seguramente deberían seguir también ese mismo camino, el de dar un paso al lado. Quizás también Xabi Alonso. Y no, que haya jugadores que vayan a abandonar la causa española en estas fechas no quiere decir que toda la culpa deba recaer sobre ellos. Ni sobre el seleccionador, que fue el que los convocó. Este fracaso de Brasil debería ser compartido por todos. Absolutamente todos. Del primero al último. Pero la ley natural dice que no son los de veinte añitos los que se marcharán. Y si hasta este momento la transición generacional había sido sedosa, golpes como éstos suelen -y deben- acelerar los cambios.
Dicho esto, enterrar el tiki-taka en este junio de 2014 sería una aberración. Admitamos cambios en el estilo, siempre para evolucionar, claro. Pero es que no fue el tiki-taka el que apeó a España de la cita mundialista, sino unos jugadores timoratos, indecisos, desconcentrados y seguramente hasta saciados. Hubiera dado igual el esquema que hubieran dispuesto ante Chile, o en la segunda parte ante Holanda, que todos esos jugadores que estaban sobre el césped se hubieran demostrado igual de impotentes. El dibujo o la intención de juego no soluciona de inmediato que un central sólo dé pases a su portero, que un lateral pierda la mayoría de los saques de banda que hace, que el otro lateral no sea capaz de desbordar ni de centrar correctamente, que un mediocentro no barra el campo más allá de la galleta central, que tus atacantes no se muevan ni para generar espacios ni para robar balones, o que tu delantero titular desperdicie hasta seis ocasiones claras frente al portero. Entre otras decenas de circunstancias similares más. Esos síntomas apuntan mucho más allá de una convocatoria, un esquema, una serie de sustituciones puntuales, o incluso el estilo.
Es momento por tanto de asumir, de analizar, de corregir y de evolucionar, por ese orden, pero ya hay mucho camino recorrido como para echar completamente abajo todo el monumental castillo construido durante los últimos seis años. Andrés Iniesta, David Silva, Santi Cazorla, Sergio Busquets, Koke Resurreción, Thiago Alcántara, Isco Alarcón, Juan Mata o Cesc Fábregas son mediocampistas de los que saben jugar al fútbol. Y extremos como Pedro Rodríguez, Jesús Navas, Gerard Deulofeu o Jesé Rodríguez serían un complemento –o incluso suplemento- ideal en las bandas. Jugadores como Xavi Hernández, Carles Puyol o Iker Casillas son únicos en la historia del fútbol español, pero hay consuelo en la generación siguiente. La decepción es mayúscula, las actuaciones en Brasil peores aún, pero lo que de verdad sería nefasto es dilapidar todas esas virtudes que, aunque no aparecieran en esta cita, todavía tiene bajo candado el fútbol español. Gracias por todo, y hasta la próxima. Pero nada de un adiós.
Es momento ahora de encajar las críticas y analizar qué ha fallado en este campeonato. Volver a ganar un Mundial era sabido que estaría difícil, nunca nadie había ganado antes cuatro trofeos continentales de hecho, y la afición estaba dispuesta a asumirlo con orgullo. Pero una cuestión es no ganar un Mundial, y otra radicalmente distinta es hacer el ridículo. Flaco favor le haría a esta selección regodearse en los éxitos pasados, o justificarse con banalidades como el cansancio, la mala suerte o vaya usted a saber qué. El respeto eterno por los títulos de los últimos años no es incompatible con la crítica por lo vivido en el Mundial de Brasil. Y se merecen todas las críticas. No hay selección que haya jugado peor que la española. Ninguna. Iker Casillas pedía perdón al país, como capitán que es, sabedor de que no habían respondido a las ilusiones depositadas en ellos. Llegaban como campeones, y dimitieron treinta minutos antes del pitido final, tanto ante Holanda como ante Chile. Bochornoso. Porque la derrota se puede perdonar, pero nunca la rendición. Y España se rindió en Brasil. No le quitaron la corona, sino que directamente abdicó.
Habrá sido el último Mundial para bastantes futbolistas de los que acudieron a Brasil. Si alguno se lo estaba pensando, esta actuación seguramente terminará por hacerles decidirse. Xavi Hernández lo sabía seguro antes de coger el avión, pero Iker Casillas –uno de los peores, dejando acciones muy preocupantes-, Fernando Torres o David Villa seguramente deberían seguir también ese mismo camino, el de dar un paso al lado. Quizás también Xabi Alonso. Y no, que haya jugadores que vayan a abandonar la causa española en estas fechas no quiere decir que toda la culpa deba recaer sobre ellos. Ni sobre el seleccionador, que fue el que los convocó. Este fracaso de Brasil debería ser compartido por todos. Absolutamente todos. Del primero al último. Pero la ley natural dice que no son los de veinte añitos los que se marcharán. Y si hasta este momento la transición generacional había sido sedosa, golpes como éstos suelen -y deben- acelerar los cambios.
Dicho esto, enterrar el tiki-taka en este junio de 2014 sería una aberración. Admitamos cambios en el estilo, siempre para evolucionar, claro. Pero es que no fue el tiki-taka el que apeó a España de la cita mundialista, sino unos jugadores timoratos, indecisos, desconcentrados y seguramente hasta saciados. Hubiera dado igual el esquema que hubieran dispuesto ante Chile, o en la segunda parte ante Holanda, que todos esos jugadores que estaban sobre el césped se hubieran demostrado igual de impotentes. El dibujo o la intención de juego no soluciona de inmediato que un central sólo dé pases a su portero, que un lateral pierda la mayoría de los saques de banda que hace, que el otro lateral no sea capaz de desbordar ni de centrar correctamente, que un mediocentro no barra el campo más allá de la galleta central, que tus atacantes no se muevan ni para generar espacios ni para robar balones, o que tu delantero titular desperdicie hasta seis ocasiones claras frente al portero. Entre otras decenas de circunstancias similares más. Esos síntomas apuntan mucho más allá de una convocatoria, un esquema, una serie de sustituciones puntuales, o incluso el estilo.
Es momento por tanto de asumir, de analizar, de corregir y de evolucionar, por ese orden, pero ya hay mucho camino recorrido como para echar completamente abajo todo el monumental castillo construido durante los últimos seis años. Andrés Iniesta, David Silva, Santi Cazorla, Sergio Busquets, Koke Resurreción, Thiago Alcántara, Isco Alarcón, Juan Mata o Cesc Fábregas son mediocampistas de los que saben jugar al fútbol. Y extremos como Pedro Rodríguez, Jesús Navas, Gerard Deulofeu o Jesé Rodríguez serían un complemento –o incluso suplemento- ideal en las bandas. Jugadores como Xavi Hernández, Carles Puyol o Iker Casillas son únicos en la historia del fútbol español, pero hay consuelo en la generación siguiente. La decepción es mayúscula, las actuaciones en Brasil peores aún, pero lo que de verdad sería nefasto es dilapidar todas esas virtudes que, aunque no aparecieran en esta cita, todavía tiene bajo candado el fútbol español. Gracias por todo, y hasta la próxima. Pero nada de un adiós.
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